En este lado estaba el ejército con su ropaje negro. Simbolizando a la materia, el cuerpo. En el que existen la mayoría de los humanos. Su arma era la mente. La mente poco desarrollada, unida a los sentidos, tratando por todos los medios de desviar el sentido de la existencia humana. Creando sueños e ilusiones que el necio toma por real. Y aprecié a la vista, al olfato, al oído y al gusto en una lucha desesperante por confundir al ignorante y hacerlo sucumbir alejándolo de la realidad de Dios. Los vi luchar a campo abierto, como diciéndoles al hombre: “no te dejaré escapar nunca de mis redes” Observé a la ira, al odio y al rencor tomado de la mano con la duda, formando una cadena fuerte que imposibilitaba el paso al discernimiento puro.
Y todos eran dirigidos por el ego, que reía a carcajadas mientras la lucha se hacía más y más desesperante. Entre todos juntos, formaban una densa niebla negra como la misma ignorancia, que apenas dejaba distinguirlos. La vanidad y la mentira caminaban rápidamente entre uno y otro soldado tratando de animarlos, mientras el dolor intenso, con su látigo, azotaba más y más a los que se resistían a luchar. Ninguno tenía tiempo para salir de tan horrible situación. Estaban tan enredados en la niebla densa que era imposible ver más allá de sus pensamientos absurdos. Su arma era la mente. Trabajaban a través de la mente impura, imperfecta, abrumada con pensamientos negativos. Llena de perversidad, enredada en el mundo irreal e ilusorio del materialismo. La mente sin pulir. La mente oxidada, que se conformaba con comer y dormir sin mirar más allá de sus propias narices. La mente animal, débil, que se dejaba arrastrar sin gota de fuerza de voluntad. Sin ansias de lucha. Sin deseo de superación. La mente que se une al cuerpo, despreciando la muy ignorante, la dicha y perfección brindada por el Espíritu.
Y del otro bando, con la blancura de la pureza y el desbordamiento de luz, que como una eterna sustancia se esparce por entre el feliz fluir del silencio, estaban irradiando bondad y sinceridad absoluta, los representantes de la perfección. Era el espíritu mismo. No hay poder más fuerte que el amor verdadero, inegoistas, sincero. No existe una fuerza que mueva más corazones que DIOS. Porque dentro de cada cual está esa llama escondida muchas veces detrás de una mente corrupta, sin atreverse a salir. Porque no tiene espacio para manifestar tanta dicha, tanto amor, tanta belleza, tanta sabiduría.
Su arma era la mente. Pero la mente purificada en el fuego del amor puro. La mente perfecciona da a través de prácticas intensas y duras disciplinas. La mente concentrada en Dios. De cuyo interior puede brotar la luz espiritual, sin encontrar obstáculo alguno en su camino. Sin que la menor mancha se interponga en su fluir incesante y arrollador. La mente sabia, que ha desechado al cuerpo y se ha unido permanentemente con el espíritu inmortal. Ese espíritu que es CONOCIMIENTO-CONCIENCIA-DICHA ABSOLUTA. Residiendo en el reino del silencio y de la verdad.
El amor, como vibraciones sutiles, es despedido de aquellas mentes ágiles y despiertas cuyas madurez e inteligencia es la propia de DIOS. Su lucha consiste en la espera. La espera paciente y armoniosa. Porque tarde o temprano conoce que el único camino para el hombre es el sendero espiritual. Y espera pacientemente a que la mente del hombre se purifique y se una definitivamente a DIOS.
Y en el medio de ambas se encuentra la verdadera guerra. Allí en la frontera entre uno y otro bando, está el feroz combate de la mente que ha comenzado a despertar. Aquella que comienza a sentir dentro de sí, la realidad de la vida. Está lo suficientemente madura para no unirse al cuerpo, porque conoce la amargura y el desconsuelo que allí se experimenta. No desea volver a ese infierno en el cual ha estado sepultada tantos años. Por otra parte, aún no tiene suficiente fuerza para romper con todos los obstáculos y aceptar plenamente la luz inmortal del espíritu. El ego, aunque débil, continúa luchando por vencer. Y los deseos como tormentas azotan una y otra vez sus playas. Mientras observa con alguna percepción la felicidad que ofrece el espíritu. Y ahí en la angustiosa desesperación, se bate a muerte con los pensamientos, con las dudas, con los deseos.
La mayoría no resistiendo el duro aleteo de las pasiones, regresa lloroso al infierno abrasador de la ignorancia.
Y los menos, logrando la misericordia del Divino Creador, cruzan la línea divisoria y como un rayo penetran profundamente en la gloriosa manifestación de la universalidad.
¡Libres! completamente libres para siempre! La batalla más grande de la existencia humana. Es la lucha del hombre por liberarse del sufrimiento y entrar al reino de la armonía suprema. El hombre frente a sí mismo. El espíritu frente a la materia, y el amor triunfando sobre los sentimientos inferiores.
La tranquilidad del espíritu representa en realidad su conocimiento de que. tarde o temprano el hombre se dará cuenta de su naturaleza. A través de millones de dolorosas experiencias, al final despertará de tan terrible pesadilla y entrará en contacto con la fuente de donde surgió.
La batalla continúa. El tiempo transcurre. Pero nunca es tarde para volver a comenzar. Es la batalla de la vida. Es la evolución del hombre.
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