Swami Gurú Devanand Saraswati Ji Maharaj

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Los Maestros, La Ignorancia y La Crítica

LA EXTERNA apariencia no es motivo para juzgar a un Maestro Espiritual. El cuerpo es un montón de huesos, es un templo físico que puede enfermarse y morirse, pero el hombre real no es este instrumento sin inteligencia.

Por eso, juzgar a un Maestro Yogui porque tenga un cuerpo bien formado o deformado es pura ignorancia.

En una ocasión se convocó en La India a todos los gran­des Yoguis o Rishis, por orden del Emperador Janaka. Padre de Sita; era una Asamblea de sabios para que le enseñaran el conocimiento práctico de la ciencia del alma, porque él co­nocía la instrucción teórica, y el que lo hiciera recibiría del Emperador un gran y valioso premio.

Sólo asistió a la hora fijada un hombre que aceptó dicho reto, y fue Ashtavakra, quien tenía ocho jorobas en el cuerpo. El público asistente se burló y rió a carcajadas de él considerándola un loco.

Tremendo error del público, pues este hombre era el sabio Ashtavakra Gran Rishi de la antigüedad. El sabio no se in­mutó, y le dijo al Emperador con rostro firme: ¿Cómo pue­des recibir una enseñanza y experiencia espiritual de estos remendones que se han reunido aquí, que sólo tienen ojos para ver la piel del cuerpo, pero no pueden ver más adentro? Después de un tiempo y en otro lugar el sabio le enseñó al emperador la técnica de la ciencia del Alma.

Tampoco juzguen ustedes a un Maestro de sabiduría por su alcurnia, por el lugar de nacimiento; esto carece de impor­tancia.

El árbol genealógico es simple historia familiar, y esto nada tiene que ver con la grandeza del hombre real; tampoco tiene importancia su país de origen. Un sabio puede haber nacido en cualquier lugar sin dejar de ser sabio.

Su sagrada misión es cumplir un mandato supremo de ayudar al hombre y conducirlo de lo irreal a lo real.

Es pobreza mental juzgar a las Maestros por la forma cómo visten, comen o hablen.

Tanto la comida como el vestido como la palabra, no son la realidad, son manifestaciones burdas de la materia en sus diferentes grados y dimensiones.

Un Maestro no puede juzgarse porque tenga o no una instrucción académica o universitaria. Los títulos caen en­cendidos por el fuego de la luz divina que llevan dentro.

Los ignorantes piensan que los libros son la clave para alcanzar la sabiduría, y que hay que juzgar a los Maestros espirituales por la cantidad de libros leídos o escritos. Y en este viacrucis de los juzgadores de los Maestros, la gente se detiene en lo que se dice del Santo, creando un ambiente de tristeza en su vida.

¿Quién juzga a quién? No debemos juzgar a nadie, por­que el que juzga tarde o temprano será juzgado.

Primero decídanse a recibir las enseñanzas del Maestro con sinceridad, constancia, devoción y firmeza. Tengan su propia experiencia interna que el Maestro promete con la práctica de la Meditación, y luego de haber llegado a la cul­minación de su búsqueda discriminatoria se darán cuenta del error cometido.

La experiencia de cada uno es lo determinante, y nadie con un ángulo de visión estrecha, intoxicado por el apego a los ilusorios cuerpos denso, sutil y causal, tiene el derecho de juzgar a los sabios ni a nadie.

Después que el juzgador inconsciente de maestros, deje la máscara oscura de su poco desarrollo, y se eleve a los niveles supra-conscientes de su vida, no tendrá tiempo, ni perderá un segundo en juzgar a nadie sin ser juez.

Sólo el Omnisapiente conoce las íntimas vibraciones causa­les de los hombres. Sólo aquellos que identificados plenamen­te con el Padre, que es la esencia de la Dicha Absoluta, pueden juzgar, y sin embargo no juzgan a nadie, porque nadie puede ser juzgado por otro.

Solamente tienes derecho a juzgarte tú mismo. Los he­chos, tus pensamientos, tus palabras, tus obras, son el espejo de tu propia vida.

Aquí se aplica la Ley del Karma, que es la Ley de la Causalidad. Todo el que siembra cosecha lo sembrado. Toda acción lleva aparejada la reacción. Todo efecto tiene su causa, y toda causa da lugar a efectos, hasta llegar a la causa sin causa del Absoluto.

Entonces, la experiencia es la clave para tener un criterio amplio de las cosas y del hombre; y una persona con un nivel tan pobre de espiritualidad, ¿qué derecho y calidad tiene para juzgar a los sabios Maestros del espíritu?

El Gurú es aquel Maestro que ha roto las kármicas ca­denas de los deseos y del apego, es aquel que ha quemado la ignorancia, es aquel que se ha hecho uno con Brahman.

Gurú o Maestro es aquel que por la Suprema Majestuosi­dad de su Gracia dirige y guía al hombre visible o invisible­mente, tanto en la teoría como en el campo de la práctica, físicamente, mentalmente, moral y espiritualmente, y lo con­duce a la total absorción mental en la conciencia cósmica, rea­lizando por sí mismo la auto-liberación.

El hombre no tiene que pasarse todo el tiempo criticando, esa conducta atrasa su vida y lo llena de pobreza, lo esclaviza para siempre en el dolor y el sufrimiento.

 

“NO CRITIQUEMOS, NO ENCONTREMOS FALTAS O FALLAS EN LOS DEMAS, SI USTED QUIERE ENCON­TRAR FALLAS O FALTAS, COMIENCE PRIMERO POR USTED Y ESTARA TAN OCUPADO QUE NO TENDRA TIEMPO PARA HACER NADA MAS”.

No se deben lanzar críticas contra ningún Maestro espi­ritual. Hay que respetarlos a todos, no importa cuáles sean sus enseñanzas ni la cantidad de miembros que tengan como seguidores, no podemos juzgar, esa no es nuestra misión en este mundo.

Un orador puede magnetizar multitudes en cualquier lu­gar, y sin embargo, sus discursos pueden estar vacíos, no decir nada sólido.

La filosofía Yoga, así como la espiritualidad no son patri­monio exclusivo de ningún Maestro, de ninguna familia, de ningún lugar o institución, de ninguna religión, es patrimonio de toda la humanidad.

La India sólo ha sido la depositaria de estas profundas y milenarias enseñanzas de los antiguos sabios y avatares des­de el principio del Mundo.

La filosofía Yoga es como la perfumada flor que crece y se expande por todas partes a través de los Maestros espiri­tuales, para que el hombre aprenda a libar el néctar de la Gracia de Dios.

Los Maestros no andan detrás de gloria personal, porque no son egoístas, aunque ciertamente son merecedores de la gloria. Ellos han venido a este mundo con humildad para enseñar y hacer el bien a manos llenas, no para engañar y embrutecer al ser humano, sino para despertarlo y hacerlo más inteligente.

Es por eso, que son la humildad misma y el amor manifestado.

Los discípulos conscientes y elevados dicen llenos de gozo:

“Todo es por la Gracia de mi Maestro; nada se debe a mí. Mi Maestro es quien merece toda la alabanza y crédito”.

Esto coloca a los discípulos sinceros fuera del bajo nivel egoísta que se observa en la mayoría de los seres humanos.

Aquellos sumergidos en el mundo de los placeres y los vicios, critican y les dan la espalda a los santos, porque sus corazones están endurecidos por la ignorancia, y de esta ma­nera se gozan poniendo obstáculos en el camino como lo hicie­ron nuestros antepasados al Maestro Jesús.

Los Maestros merecen todo respeto y consideración por su grandeza espiritual; son Maestros de lo visible y de lo invisible, para ellos no hay secretos, porque conocen todas las leyes ocultas de la madre Naturaleza.

Siempre han venido Maestros a este Mundo, y aunque los ignorantes digan lo que digan, y hagan lo que hagan, los Maestros continúan su sagrada misión de enseñar, porque son como el Sándalo que perfuma al hacha que lo hiere.

Han venido y seguirán viniendo a este Mundo para ayu­dar a toda la humanidad a salir de la pereza mental, y a enseñarles a discriminar entre lo verdadero y lo falso, entre lo recto y lo erróneo, entre la realidad y la irrealidad.

Es esencial en la vida para el progreso espiritual del hom­bre tener la experiencia personal, no es sólo suficiente conocer la teoría.

Eres libre en este mundo para hacer lo que tú quieras, para criticar a quien tú quieras, para blasfemar a quien te plazca, pero inexorablemente tendrás que pagar por ello. En esta vida, o en las próximas vidas.

No obstante, el hombre tiene la oportunidad en esta reen­carnación de tener éxito o de ahogarse en el fracaso, todo de­pende del hombre mismo y de nadie más.

Los Maestros espirituales enseñan con amor a todos los que se acercan para aprender con interés y quieren ser edu­cados en la ciencia del Alma.

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