3,1. Arjuna y Krishna, el guerrero y el avatār, son los dos protagonistas del relato de la Gītā; pero el estudioso debe entender de antemano que no son dos personajes diferentes que viajan sobre un mismo carro, sino uno solo que el autor del poema presenta como dos a fines de exposición filosófica. Por alegoría, Arjuna y Krishna son dos, y esa es la ficción, pero la realidad es que son uno, un viajero único, que sólo parece ser dos en tanto el guerrero no se conoce a sí mismo por completo, es decir, en tanto no ha realizado el Yoga o unión con su hermano eterno que cabalga con él en el mismo carro de carne y Vida. En ese ser dos dentro de la unidad, ocupa Arjuna la fracción prakrítica: cuerpo, sentidos, conciencia de ser esto, y Krishna se asienta sobre buddhi, o mejor, más allá de buddhi, en la juntura de lo prakrítico con lo divino, pues él es la porción de Brahman que como principio de Vida fue dejado en las formas y sostiene el universo (VII, 5). A Krishna y Arjuna les corresponde encontrarse al fin para efectuar el trasvase de conciencia y llegar así a la transformación que será el cumplimiento de su dharma, de su Ley.
Arjuna es un hombre prakrítico, de orden dévico, que ha empezado a descubrir lo divino, el purusha imperecedero que lleva adosado en la cima de su sí mismo, interpenetrado con él en muchos puntos de su corazón, y que deberá cumplir su dharma. Tal dharma o Ley consiste en realizar la verdad de que Krishna, su hermano, es él mismo, lo mejor de sí mismo. Sólo así, lo que ahora parece ser dos podrá ser transformado en el seno de lo Uno.
3,2. El propósito principal de la Gītā sobrepasa con mucho el intento de explicar que todo hombre lleva en sí mismo un morador eterno que no es otra cosa que un átomo divino, o chispa, el Ser resplandeciente e imperecedero. Todo dévico tenía ocasión de conocer en tiempos del autor de la Gītā esta verdad que el primer Vedanta venía afirmando desde los albores de la cultura aria, y la Gītā parece dedicada a exaltar el hecho de ese morador en todos los estratos del cosmos. La primera difusión de esta doctrina la atribuye la Gītā inequívocamente al sānkhya muy llano que sólo conocemos por el poema y que en cierto sentido podríamos hoy denominar presānkhya. Lo que le importa sobre todo a la Gītā es que ese morador eterno, el ātman, cuya Vida imperecedera convierte en viviente a todo lo que nace, sea realizado por cada dévico como lo que es en verdad: su propio sí mismo. En eso consiste la realización, lo que la Gītā denomina el cumplimiento del dharma propio. Por eso, todas las estrofas del poema están dedicadas a explicar como hecho necesario esa mutación por la que el dévico vuelve a nacer, pero al otro lado de sí mismo, es decir, que deja de ser la entidad mortal que creía ser, para ser el ātman de sabiduría imperecedera y bienaventurada. Esa transformación, difícil de creer de antemano, pues al principio es más propia de la duda que de la fe, aunque es real y verdadera, es la que ha sido cantada y testimoniada siempre, desde los tiempos del primer Vedanta, por medio del mantra: Yo soy Brahman, o bien, como se dice en la Gītā: OM TAT SAT (OM ESO ES).
3,3. Cualquiera que estudie en la Gītā las vías de realización de las que da testimonio, comprobará que el camino efectivo se funda en dos sendas confluentes que son interactivas, es decir, que se ayudan y complementan una a la otra: El crecimiento de la fe en el morador eterno, y la disminución del purusha perecedero tras el convencimiento de que tal purusha no es sino la consecuencia de unos fenómenos prakríticos mal interpretados. Por el primer principio de estos, el purusha imperecedero se hace cada vez más patente, que por eso dice la Gītā que el hombre no tiene más límites que los de su fe (XCII, 3). Por el segundo principio, el dévico llega a consumar la disipación efectiva de lo que creyó hasta entonces que era su sí mismo y acaba por exclamar con firme convicción: Nada soy, nada me pertenece.
Cuando alguien llega a ser nada, aprende directamente, sin intermediarios, que el morador eterno es todo, porque la medida depositada por la Vida es siempre la misma, sin merma o acrecentamiento posible: la totalidad del ser Uno y verdadero. Esa es al Ley. Por eso, cuanto más entrega de sí mismo el dévico, cuanto más se niega a sí mismo, más está en la otra orilla, en el morador eterno. La Gītā conoce muy bien esa equidad de Brahman y por eso se ocupa de impulsar la balanza al enseñar la práctica de la progresiva discriminación de prakriti y el paralelo crecimiento del morador. Así es como la primeriza dualidad sānkhya, verdadera para el dévico no realizado, se desvanece en no dualidad al sentarse la conciencia en las junturas del Yoga.
3,4. El magno suceso interior de cruzar a la otra orilla se explica en la Gītā como nacer por segunda vez, tal como Duryodhana, el rey de los Kurú, le dice a su sabio preceptor: ¡Oh tú, el mejor de los dos veces nacidos! (1,7). En tiempos del autor de la Gītā ese era el verdadero sentido de ser brahmán (dvija, renacido en Brahman). En el hecho verdadero de viajar Arjuna y Krishna en un mismo carro corporal hay una representación escénica del purusha perecedero que creemos ser y de lo imperecedero que somos en verdad. Quizás sea muy difícil para algunos aceptar que hay dentro de sí esta invisible doble existencia simultánea de lo que son como dos entidades de uno mismo; pero ocurre que la presencia real del purusha imperecedero únicamente es perceptible cuando el purusha que creemos ser es reconocido como nada y entra en vías de destrucción. Sólo entonces empieza a emerger para la conciencia transformada, desde el vacío o silencio que contra todo sentido se produce, desde eso que parece ser nada, la realidad bienaventurada del ser imperecedero que somos.
3,5. En la representación de Arjuna y Krishna es éste el morador imperecedero y por eso dice: Muchas han sido, ¡oh Arjuna!, Mis vidas pasadas y muchas también las tuyas: Yo las conozco todas, pero tú no (IV, 5). Eso quiere decir que esa porción de Vida que la Gītā llama Krishna, ese purusha imperecedero, es vivificador de Vida y Conciencia en todos los purushas perecederos. En tales acciones, Krishna es, fue y será siempre Uno y el mismo, y por eso conoce todas sus vidas; pero el purusha perecedero es siempre nuevo y distinto, un Arjuna diferente con vida y muerte por cada vida de Krishna. Así es como sólo en el Krishna eterno persisten los anales de lo vivido por cada Arjuna.
Lo vivido por Arjuna en esa vida de kshatriya Pāndava que la Gītā cuenta, sus experiencias, son el núcleo del poema. Arjuna aprende a dejar muertos en el campo todos los parientes prakríticos (Discurso I), y después consigue discriminar el campo del Conocedor del campo en la totalidad de lugares de la presencia del Conocedor (Discurso XIII). Así es como Arjuna entra al fin en la nadidad de su disipación prakrítica y aprende a contemplar con gozo, en transparencia, con los ojos del conocimiento, las infinitas manifestaciones del poder divino (Discurso X), en todas las formas cósmicas (Discurso XI). Tras eso descubre que todas las manifestaciones son siempre él, él mismo en todos los casos. Su anterior individualidad era sólo aparente y ahora se dilata, se transforma en la universalidad real, lo cual es un hermoso misterio inexpresable.
3,6. En las postrimerías del poema, Sanjaya, el hombre de palabra veraz y exacta, dice: He oído este maravilloso diálogo entre Vāsudeva y el mahātman Pārtha (XVIII, 74). Si ahora llama mahātman a lo que en cuerpo prakrítico aparecía como Arjuna es para consignar que aquel hombre perecedero sólo existe ya en cuanto cuerpo denso y sutil, pues por su conciencia mutada en paramātman, con el Yoga realizado, es idéntico a Krishna, el purusha imperecedero que iba con él en su carro. Todo eso venía ocurriendo hasta que comprendió, con la sencillez de un despertar después de haber dormido, que él no era sino un miembro esplendoroso, un átomo fulgurante, en el corazón misericordioso del Señor. Desde entonces, aquel Arjuna, que aún sobrevivía en el cuerpo, vivió refugiado en el Señor, en plenitud de descanso, hasta la conclusión de su dharma propio. Como ahora está en posesión de los inestimables anales de Krishna, dice, lleno de amor devoto: Por tu gracia, ¡oh Inmutable!, he recuperado la memoria. (XVIII, 73).